CRIMINALIDAD Y FUNCIÓN POLICIAL EN VALPARAÍSO
Diario La Estrella de Valparaíso, 24 de abril de 2004
Por Piero Castagneto
Una fecha de aniversario cercana es, como en otras ocasiones, un pretexto o acicate para escribir sobre un tema como éste, pero no es nuestro ánimo hacer un mero reportaje institucional sobre la policía uniformada, sobre todo si se recuerda que, en su forma actual, es una entidad relativamente joven, con casi 77 años. Pensamos más bien en el concepto empleado por el prolífico escritor y general de carabineros René Peri, ya fallecido, quien realizó una obra sobre la función policial en Chile, llamándola así porque el mismo rol ha sido ejercido por diversos organismos.
Naturalmente que pasa lo mismo con la función policial en Valparaíso, con la salvedad de que, al poco averiguar, se puede comprobar una vez más que, tal como pasa en otros ámbitos muy distintos, esta ciudad también tiene un desarrollo que le es peculiar en la historia del delito y su combate.
Y por antigüedad tampoco se queda, ya que la primera autoridad policial de que se tiene registro, el alguacil mayor Juan Gómez de Almagro, nombrado como tal por Pedro de Valdivia, estuvo ligado a uno de los primeros episodios dramáticos de la historia porteña. Suya fue la drástica decisión de ejecutar a un grupo de indígenas para prevenir un conato de rebelión (1549), en la quebrada que por años y siglos se conoció precisamente como de Juan Gómez y es la actual avenida o subida Carampangue.
Lo que caracterizó a los casi tres siglos de dominio hispano en materia de orden y seguridad, fue la casi total ausencia de cuerpos estables dedicados a esta tarea; por lo general, los agentes de la autoridad -es decir, de los gobernadores de turno- eran las más bien escuálidas unidades de milicias. Benjamín Vicuña Mackenna, a quien le debemos la más extensa obra dedicada al Valparaíso colonial, nos entrega algunas informaciones sueltas, como la que queda señalada por un cañonazo al comenzar la noche, y que indicaba que los soldados debían recogerse a sus cuarteles y los vecinos a sus casas.
Costumbre que, consigna este autor, subsistía, al menos en lo formal, con el disparo ritual, ya entrado el siglo XIX, consigna este autor, que de seguro no sospechaba la renovada vigencia que tendría esta medida en 1973.
Siguiendo siempre su pluma amena, aparecen nombres de gobernadores de Valparaíso célebres por su severidad, como Antonio Martínez de la Espada y Ponce de León, que ejerció el cargo entre 1759 y 1780, cuyas medidas incluían trabajos forzados para los reos, dejar olvidados en las mazmorras a un grupo de condenados en tránsito a España, medidas contra la incipiente prostitución y un bando para combatir a los perros vagos, en virtud del cual cada uno de los pulperos de la plaza debía presentar al menos cuatro canes muertos para que un negro a quien llamaban Come-queso, los arrojara al mar. Medidas diversas para problemas eternos...
Estabilidad progresiva
Aclara Vicuña Mackenna que, hacia fines de la era colonial no era, sin embargo, Valparaíso lugar de muchos crímenes, como por fortuna sucede donde quiera que el hombre tiene bajo el sol un espacio concedido al ejercicio de sus fuerzas. Para ese entonces hacían las veces de cárcel, las dependencias del Castillo de San José, el fuerte principal de la plaza y también, a partir de 1789, los calabozos del Cabildo, ubicado frente a la Plaza Municipal (Echaurren).
El proceso de la Independencia fue sinónimo de revolución y trastorno, y por lo tanto, mal podía esperarse que se pudiera contar con un cuerpo de policía estable, a lo que se agregaba que, gracias a la libertad de comercio decretada en la Patria Vieja y reafirmada cuando la emancipación se aseguró, significó el crecimiento de Valparaíso. Y también nuevos problemas urbanos.
Es así como se fueron afianzando -paradojalmente, en los cerros del entorno de La Matriz- sectores de bajos fondos donde acudían marinerías ávidas de alcohol, mujeres y juegos de azar, motivos todos de potenciales desórdenes, riñas y hasta asesinatos. Paralelamente, a medida que se poblaban los cerros, surgían lugares peligrosos, como las quebradas y los caminos que conectaban a éstos con la parte baja, especialmente de noche.
Conforme avanzaba el siglo XIX, se afianzaba tanto la función policial -dependiente de las municipalidades- como los recintos donde los reos y condenados debían permanecer detenidos o cumplir sus penas. El severo ministro conservador Diego Portales, a quien se le debe la creación del primer cuerpo de policía uniformado y con dedicación exclusiva a esta labor (1830), fue gobernador de Valparaíso durante diez meses, entre fines de 1832 y 1833, período corto en que no desmintió su fama de dureza a veces despiadada.
Fueron también idea de Portales los tristemente célebres presidios ambulantes, carretas con techo y barrotes donde los presos eran transportados, cuales fieras de circo, rumbo al lugar donde debían cumplir trabajos forzados y estaban, por lo tanto, expuestos al escarnio público. Este sistema se acabó, afortunadamente, hacia 1843-44, fecha en que el antiguo Polvorín construido a fines de la Colonia (1806-09) se comenzó a utilizar como cárcel; situado en el cerro de este nombre, fue objeto de sucesivas ampliaciones y reconstrucciones. Fue desocupado en 1999.
Como en otros aspectos de la vida nacional, las observaciones del ingeniero alemán Paul Treutler, quien llegó a Chile vía Valparaíso en 1852, son pródigas en detalles que suelen sorprender, como la baja criminalidad existente en la ciudad, debido a una buena situación económica del país, y a que no faltaba trabajo: Los delitos de robo y hurto eran muy raros pero, por desgracia, eran frecuentes los asesinatos por celos, venganzas o riñas, cometidos casi siempre en estado de ebriedad. Los criminales eran fusilados públicamente. Una prueba de que no se temían los robos y hurtos, es que las puertas de las casas se encontraban casi siempre abiertas.
Los detalles que dejó consignados sobre las fuerzas de orden son particularmente interesantes: De gran importancia para esta ciudad era también la policía, excelentemente organizada, la que consistía en un batallón de a pie y un escuadrón de a caballo. Estaba preparada militarmente, uniformada y poseía sus oficiales, su comandante, su banda de músicos y sus banderas. En la parte central de la ciudad, en la plaza de la Victoria, se encontraba el cuartel con la cárcel anexa, y en él tenía también su domicilio el jefe de la policía. El batallón de infantería estaba distribuido en tal forma en la ciudad, que en cada cuadra, es decir, cada 150 pasos, se encontraba durante el día y la noche un policía. En las calles más alejadas y en el arrabal estaban estacionados los policías a caballo, usados sobre todo para perseguir a los delincuentes. Por medio de un pito, que llevaban el jefe de la policía, los oficiales y toda la dotación, los primeros impartían a estos últimos órdenes por medio de determinados silbidos, los que eran repetidos por cada vigilante a su vecino, de modo que una orden del comandante era retransmitida en pocos minutos como un telegrama a toda la tropa de Valparaíso. De la misma manera, los vigilantes hacían sus señales a los oficiales.
Aquel año de 1852, al que se referían las líneas anteriores, había sido creado el cuerpo de policía de seguridad, con una fuerza de 210 que, dos décadas más tarde, se elevaba a 404 efectivos, según el libro Chile Ilustrado, de Recaredo Santos Tornero. Agrega éste: “A más de la fuerza enumerada, existen 800 policiales cívicos que, bajo la designación de celadores, hacen el oficio de policiales en los cerros i suburbios de la ciudad. Aunque dependen del comandante de policía en cuando a su organización i disciplina, están bajo las órdenes inmediatas de los subdelegados o inspectores”.
En 1871, la policía porteña se trasladó a un inmueble situado a un costado del antiguo Teatro de la Victoria, frente a la plaza del mismo nombre, donde también estaba la sede municipal. Sobre este cuartel, cuya fachada daba a la calle de Yungay, señala la mencionada obra de Tornero, publicada al año siguiente: “Tiene dos pisos i una azotea de grande utilidad para el desahogo de la tropa. Su frente i pórtico es de elegante arquitectura, i tiene por adorno cuatro torrecillas voladas al estilo de los antiguos castillos feudales. Toda su estructura esterior e interior es de exelente albañilería de cal i ladrillo”.
Conflictos externos e internos
El estallido de la Guerra del Pacífico significó un momento crucial para la policía porteña, la cual, apenas estallado el conflicto, fue ofrecida por el Municipio (6 de abril de 1879) para integrar un batallón; la oferta fue aceptada y la unidad fue bautizada con el nombre de Valparaíso y con estatus de batallón de línea, es decir, profesional. Puesto al mando del hasta entonces jefe policial, coronel Jacinto Niño, se embarcó para el norte con el mismo estandarte que llevara el batallón del mismo nombre en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana de 1837-39.
El Batallón Valparaíso intervino en la campaña de Tarapacá, participando en la batalla de Dolores del 19 de noviembre de 1879; meses después, luchó también en la batalla de Tacna del 26 de mayo de 1880, integrando la I División del Ejército del Norte, que soportó parte importante del embate peruano-boliviano. Sus bajas en esta refriega fueron de 28 muertos y 74 heridos, cifras importantes si tomamos en cuenta que se trataba de una unidad que se había presentado al combate con sólo 335 efectivos.
Este batallón de policiales no debe confundirse con el regimiento también bautizado Valparaíso, conformado en base a batallones cívicos o de milicias. Cuando su homónimo regresó de la campaña del norte el 11 de agosto de 1880, este último tomó su relevo, embarcándose para integrar la expedición a Lima; los guardias municipales retomaron su labor, que en el entretanto había sido suplida por los bomberos.
Como suele suceder en cualquier sociedad, los policiales de Valparaíso también debieron intervenir en conflictos de índole interna, como las revoluciones liberales de 1851 y 1859, y la época de las grandes movilizaciones obreras iniciada a fines del siglo XIX. Cumpliendo órdenes de las autoridades de turno, debieron actuar en ingratas ocasiones, como las grandes huelgas de 1890 y 1903, que dejaron desoladores resultados de muertes, detenidos y destrucción material.
Un momento aún más difícil es el que se vivió con el terremoto de 1906, donde la propia policía era una de las tantas víctimas, con los cuarteles de dos comisarías destruidos y varios guardianes muertos o heridos. Las tropas de orden, al mando del prefecto Enrique Quiroga, organizaron un improvisado cuartel general en la Plaza de la Victoria, donde también se había instalado el capitán de fragata Luis Gómez Carreño, nombrado jefe de plaza. Los policiales se pusieron a las órdenes de éste en la captura y las ejecuciones de los individuos sorprendidos en pillaje, pero también ayudaron en la curación de heridos, la distribución de víveres, la sepultación de cadáveres, la remoción de escombros y el despeje de las calles, entre otras penosas tareas.
Hacia la unificación
Retrocediendo en el tiempo, un par de palabras sobre la organización policial previa a la aparición de Carabineros. Estos cuerpos de orden eran de dependencia básicamente municipal hasta 1896, año en que se creó la Policía Fiscal, que debía prestar servicio en las ciudades cabeceras de departamento. Este era el caso de Valparaíso, que tuvo, también el 27 de mayo, su reglamento orgánico respectivo; hasta 1901 se componía de una Prefectura, de la que dependían tres comisarías y una sección de seguridad, con unos 700 efectivos, aproximadamente. En 1904 y 1905 se crearon dos comisarías más, y después del terremoto, una sexta; y en tanto, el Cuerpo de Carabineros, unidad de seguridad dependiente del Ejército y creada en 1908, estaba presente en la zona con el Escuadrón Aconcagua, en labores de policía rural.
Desde 1912, el Palacio Polanco de avenida Brasil, construido en 1898 y conocido con este nombre por su primer propietario, el hombre de negocios Benigno Polanco, fue uno de los inmuebles que salvó indemne del terremoto de 1906. En 1912 fue sede de la Prefectura de Carabineros, y en la actualidad, funciona allí el Casino de Oficiales de esta institución.
Cuando se produjo la unificación de las diversas policías en Carabineros, el 27 de abril de 1927, la provincia de Valparaíso quedaba encuadrada en la Segunda Zona, que comprendía también las provincias de Aconcagua y Coquimbo. Valparaíso también era sede de una Prefectura General, que para los años '40 tenía bajo su mando 13 comisarías en esta ciudad y también en Viña del Mar, Limache, Quillota y La Calera; en tanto, ya en 1928 se había creado una prefectura en Viña del Mar.
Como ejemplos de funciones cada vez más diversificadas, la 6ª Comisaría también recogía niños vagos, y las 7ª, situada en el Barrio O"Higgins, realizaba labores de policía rural entre los límites de la ciudad hasta Casablanca, inclusive. Las particularidades de los problemas delincuenciales porteños se evidencian en que, por ejemplo, Carabineros debió colaborar con la Gobernación Marítima en la prevención del contrabando, que tuvo un importante aumento entre los años "40 y"70, a la vez que se ponía al día con los progresos en la labor policial: en 1951 se recibieron los primeros radiopatrullas, dos automóviles modelo Ford.
Consignemos finalmente que el listado de mártires de Carabineros incluye a doce funcionarios caídos en actos de servicio en Valparaíso, entre 1932 y 1985.